lunes, 12 de marzo de 2012

Pensamiento migrante: de semántica y otros cuentos

 
Por Miguel Ledesma


Mientras sean desaparecidos no puede haber ningún
tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido,
no tiene entidad, no está vivo ni muerto, está desaparecido.
General Jorge R. Videla
 


Muchas son las sorpresas que se encuentran viviendo en un contexto lingüistico distinto al propio. Basta con mencionar la gimnasia del esto se llama así esto se pide así, o la recreación anticipada de las descripciones (con todo y gestos) que le haremos a la empleada para que nos guíe hacia un producto cuyo nombre, obviamente, desconocemos. Es una cuestión de práctica, como en todo, que al final te va permitiendo habitar el idioma que te hospeda con cierta comodidad. 

s complicado resulta el terreno de la socialización. No sólo porque tu carencia de historia/contexto termina dejándote inevitablemente fuera de la mayoría de las conversaciones, sino también porque crearte una cotidianidad significa atravesar una tupida selva de lugares comunes alrededor de tu nacionalidad (o lo que sea que eso signifique). Entonces, sin mayores inconvenientes, comienzas a hablar del fin del mundo que predijeron los mayas; de las playas de Cancún y –¿por qué no? , del lago Titicaca y los migrantes italianos en Argentina -que no tienen mucho que ver con México, pero a veces uno termina divagando sobre esas y otras cosas
  
Como hispanohablante, por otro lado, no puedo no notar los préstamos que le hace mi idioma al italiano: goleador, mundial, murales, tacos, chiringuito, corrida, poncho, tequila, palabras que hacen referencia al deporte, al arte, la comida y la fiesta. Pero están también aquellas otras de origen e implicaciones más oscuras, como golpe (de Estado) y golpista (normalmente un general hijo de puta) y desaparecidos

Por supuesto que en el italiano, como en todos los idiomas que se hablan en este maltrecho planeta, existen muchas palabras extranjeras de uso común en el lenguaje de todos los días. Sin embargo es muy significativo que ciertos sucesos en la historia reciente de América Latina hayan quedado registrados como verdaderos préstamos semánticos en un idioma que se habla  solamente en Europa. 

Se dice que la presencia de dichos préstamos sugiere el empobrecimiento de una lengua, porque a pesar de que la misma palabra existe en los dos idiomas, en el imitado tiene un significado o una connotación que en el otro no existe. Aquí yo me inclino a pensar que la riqueza es relativa, porque si en Italia se han adoptado este tipo de palabras, es porque este país no ha tenido que padecer los horrores que sí se han experimentado en Latinoamérica. 

Efectivamente, durante la década de los setenta y buena parte de los ochenta, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil sumaron poco más de 50 mil asesinatos, 37 mil desapariciones, 400 mil presos políticos y poco más de cuatro millones de personas que se vieron obligadas al exilio. Podríamos decir entonces que aquí se encuentra el certificado de suficiencia para que golpe, golpista y desaparecidos hayan ingresado oficialmente al vocabulario italiano sin mayores problemas
 
Lo curioso es que muchos gobiernos luchan todavía para que nadie nos quite ese bizarro privilegio. Y es que si durante la década de los ochenta la guerra contra el marxismo (Washington dixit) se intensificó en Colombia (donde todavía continúa) y Centro América, en el presente, luego de varios años de una dudosa paz, es México quien está a la vanguardia en términos de violencia, gracias a una supuesta guerra contra el narcotráfico, declarada hace cinco años por el presidente Felipe Calderón.

Se trata de una guerra que hasta el día de hoy ha cobrado la vida de 60 mil personas y la desaparición de poco más de 10 mil. Fresca en su desarrollo, parece inaprehensible para quienes buscamos entenderla, lo mismo que deliberadamente ocultada para quienes viven más allá de nuestras fronteras. Hace un par de meses, estando todavía en México, me decía un profesor de mi universidad (exiliado argentino, por cierto) que la única manera que existe para hacerse una idea de lo que está sucediendo es leer el día a día de esta guerra. Sea o no de una estrategia correcta, me parece sintomático que la mayoría de los libros que se ocupan del tema estén hechos precisamente por periodistas.

La versión oficial busca convencer a la gente de que se trata de una lucha del bien contra el mal: la guerra justa de un gobierno decidido a acabar con el crímen organizado. Hay quenes piensan que se trata más bien de una confrontación entre el cártel representado por el propio gobierno y el resto de la criminalidad organizada, cuyo origen se encontraría en el control del mayor mercado de drogas a nivel mundial, los Estados Unidos. Hay, por otro lado, quienes tienen una visión más global del asunto y que, sin excluir la variable de la economía criminal, señalan la presencia de una estrategia más amplia de origen estadounidense, complicidad mexicana e implicaciones geopolíticas. 

Me inclino por la tercera opción, que contiene a la segunda y denuncia la falsedad de la primera. Hablar de ella a detalle escapa a los límites del presente artículo. Me limito a señalar algunas cuestiones:

En primer lugar, es evidente la participación de los Estados Unidos en la guerra, a través del así llamado Plan Mérida, que incluye el financiamiento, la asesoría y entrenamiento de los cuerpos de seguridad mexicanos en el combate a la delincuencia. En segundo lugar la estrategia del gobierno de Calderón se ha centrado en atacar la producción, el traslado y el consumo de drogas, mientras deja intactas las estructuras financieras del narcotráfico. Por último, no deja de llamar la atención que en el contexto de esta guerra se han incrementado exponencialmente los ataques a organizaciones sociales y de derechos humanos, lo mismo que al movimiento indígena.

Estados Unidos no sólo es el mayor consumidor de drogas a nivel mundial, también es uno de los principales vendedores de armamento. Los narcotraficantes mexicanos necesitan colocar sus productos en ese enorme mercado, pero también incrementar cada vez más su poder de fuego mediante la compra de armas. Esta interdependencia, vista en el más amplio marco de las relaciones bilaterales México-Estados Unidos, resulta ser más que reveladora cuando se tiene claro que la criminal no es una instancia aparte de la economía, sino una de sus componentes. 

La violencia, por su parte, deja entrever otra dimensión de la complicidad en el testimonio de los sobrevivientes o en los familiares de las víctimas. Desde siempre el gobierno habló de muertes, detenciones y desapariciones como producto del debilitamiento de los cárteles que, dice, pelean salvajemente por mantener o conquistar mercados y territorios. Entonces los medios masivos de intoxicación no tenían ningún escrúpulo en calificar a cualquier muerto de criminal”… o al menos así era hasta que la gente que ha sufrido los estragos de esta guerra empezó a reconocerse como parte de un drama colectivo y no como casos aislados, producto de la mala actuación de algunos elementos del Ejército. 

Agrupados en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, familiares de las víctimas y colectivos opositores a la guerra se han encontrado por todo el país. En las plazas públicas, en los parque y en los mercados populares, la gente se reune a hablar de sus experiencias y organizarse para exigir justicia. En medio de estos encuentros, el caso de los desaparecidos es uno de los más desgarradores. Como en una postal de la Argentina en los años 70, aparecen mujeres y hombres de todas las edades que buscan al marido o a la esposa; al hijo, al sobrino o al tío el grado de parentezco no es una limitante cuando de desapariciones se trata. 

Son numerosos los relatos de personas que buscan a sus familiares sin la ayuda de las autoridades. Cuando se trata denunciar la desaparición de una jovencita, por ejemplo, es casi una tradición que los ministerios públicos les respondan que se ha de haber ido con el novio. Otro clásico es el,“¿por qué deja salir a su hija con minifalda, señora?, que preguntan los policías en Ciudad Juárez, Chihuahua, una zona que se ha vuelto internacionalmente conocida por la impunidad que rodea el asesinato de mujeres, todas jóvenes, todas obreras.

Si se llevaron a su hijo es porque algo habrá hecho, señor, dicen los policías cuando el Ejército se detiene a alguna persona de la que nadie vuelve a saber nada. Lo mataron porque seguramente andaba metido en algo, repite la gente con miedo, que cree que ignorar la realidad es el mejor modo para salvarse de ella. A veces, cuando es evidente que una persona fue asesinada por la policía o los militares, se dice que fue a causa de un fuego cruzado. En todos los casos el gobierno les llama bajas colaterales, disfrazando de excepción lo que todo el mundo sabe que es la regla. 

Y es que la batalla se está dando también en el terreno de los significados y las percepciones. Ahí donde la gente denuncia desapariciones, los medios de comunicación han optado por la palabra levantón (que hace referencia al hecho de ser levantado trad. explicación al italiano). Donde las organizaciones de derechos humanos denuncian ejecuciones extrajudiciales, los medios y el gobierno dicen narcoejecuciones.  En ambos casos se trata de culpar al crímen organizado y a las víctimas, a pesar de que se sepa que los implicados son policías o militares. 

Otro término que se está poniendo de moda es el de los falsos positivos. A muchos les costará creerlo, pero es cierto. Los militares reciben compensaciones por cada criminal que asesinan o encarcelan. Un premio más no oficial, por supuesto- es el botín de guerra, que se reparte según la jerarquía de los soldados. Los falsos positivos son aquellas personas inocentes que son asesinadas o secuestradas por el Ejército, y que casi siempre aparecen en la prensa como narcotraficantes abatidos por las fuerzas del orden. A las víctimas se les viste con uniformes militares y se les colocan armas; muchas veces los cuerpos aparecen a kilómetros del lugar donde fueron secuestrados. Se trata de una práctica que fue muy común en Argentina y que lo es todavía en Colombia. 

Por su parte la prensa sigue creando palabras para nombrar lo que sucede con el afán de generar miedo y pasividad. Entre las más comunes están aquellas que ostentan como prefijo la palabra narco: narcoejecución, narcofosa, narcopoder, narcogobierno, narcoestado. Y otras tantas que se refieren directamente a los asesinatos, como empozolado (cadáveres disueltos en ácido), encajuelado (cadáver en la cajuela de un auto), encintado (asfixiado con cinta adhesiva), encobijado (cadáver envuelto en una manta) y así por el estilo. 

En todo caso me pregunto cuánto de todo este narcoslang terminará en lenguas extranjeras

Muchas son las sorpresas que se encuentran viviendo en un contexto lingüistico distinto al propio, es verdad. Aún no puedo evitar sentir escalosfríos cuando alguien aquí dice desaparecido. Mi esperanza es que en su persistencia, el significado y las implicaciones de esta palabra, de este préstamo semántico, abran las puertas hacia el otro y lo otro. Que sea la solidaridad, esa ternura de los pueblos (como la llamaría cierto argentino que se hizo cubano y luego murió en Bolivia), y no la indiferencia, la que termine por definir esta guerra.  

Curiosamente hasta para las palabras existen controles migratorios, de hecho hay analistas que definen a los préstamos semánticos como inmigrantes mentales, que pertenecen un grupo más amplio, llamado inmigración léxica palabrejas sin permesso di soggiorno, por supuesto, que entrañan pequeñas bombas de otras realidades. 

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Advertencia: El presente artículo aparecerá publicado en la revista Laspro, Marzo-Abril. El texto, traducido al italiano, está dirigido a un público idem, que desconoce enormemente la situación que se vive en México... Otra advertencia para algún mexicano que se asome a estas letras es que la revista en cuestión es "literaria", y que al autor le pidieron hacer un esfuerzo de acrobacia argumentativa para que el texto se ajustara a la mencionada perversión.

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