martes, 31 de enero de 2012

Monti business


Roma, 31 de enero de 2010. Serán ya tres semanas que estoy de nuevo en Italia. Cuando me fui, Berlusconi tenía tiempo de haber renunciado y Mario Monti se estaba consolidando como el nuevo "preciso" sin demasiadas ceremonias. Antes de irme, las llamas de la crisis incendiaban el imaginario de los italianos, creando una especie de apocalipsis psicológico que ardía apenas se insinuaba el futuro (o sea a cada cierre de la bolsa de valores). No es que sostenga -como en su momento lo hicieron Felipe Caderón y sus compinches- que la crisis mundial sea una cuestión de percepción, de psicosis colectiva; pero ahora que me encuentro de regreso, a pesar de que el incendio (de la economía real) continua, pareciera que la calma se ha instalado por fin en este país.

Y es que si uno ve solamente la televisión, efectivamente da la impresión de que la crisis y sus peligros siguen ahí; sin embargo, la presencia del “profesor” (como suelen llamar por acá a Monti) y su gobierno –a diferencia del desparpajo y la disipación berlusconianas- ha terminado por imponer una ilusión de seriedad, de “manos a la obra”. Y entonces los largos servicios televisivos ocupándose de un nuevo primer ministro que se pasea triunfante y propositivo entre los líderes del mundo, y que restituye la dignidad nacional (sic) a los italianos, haciendo burlas y chistoretes elegantes a Ángela Mekel y Nicolás Sarkozy, los otrora tiranos y verdugos de la península.

En el frente interior, los técnicos han echado a andar sin demasiadas críticas el carro armado neoliberal. La famosa fórmula LPD (Liberalización, Privatización, Desregulación) se discute ya en las cámaras, en medio de la apabullante ignorancia histórica de la izquierda electoral, que apenas atina a objetar cuestiones de forma y no de fondo, buscando que el mercado, en vez de devorar cruelmente a sus víctimas, coma con la boca cerrada y use tenedor y cuchillo.

Mientras tanto, el trabajo de intoxicación mediática continua implacable.

Hace un par de días, por ejemplo, uno de los noticieros de la televisión estatal presentó un amplio reportaje sobre la manera en que los empresarios del norte de Italia (principal motor de la industria en este país), están viviendo la crisis. Durante media hora desfilaron frente a las cámaras los propietarios de toda clase de empresas, lamentándose de la incertidumbre económica y de las medidas “dolorosas” que han tenido que llevar a cabo para seguir produciendo. Hablaron de despidos de obreros que “eran como de la familia”; de la reducción de los salarios para mantener los puestos de trabajo restantes, y de su preocupación por el aumento de los impuestos y la invasión de los productos chinos.

En este escenario, urdir la trama de una realidad a modo, capaz de generar pasividad y consenso entre la opinión pública, requiere necesariamente de la construcción de un enemigo interno en todos aquellos que se oponen a las medidas anunciadas por el gobierno, o que simplemente protestan porque se resisten a morir de hambre. Esta ha sido la suerte de los transportistas que días atrás pararon la distribución de productos en todo el país, en demanda de mejores condiciones de trabajo (subsidios a los combustibles, exención del peaje, protección contra la asimétrica competencia de sus colegas de otros países, etc.).

Ante la fuerza y visibilidad que alcanzó esta protesta, los medios de comunicación no dudaron en vincular a los insurrectos a la mafia siciliana y a la camorra napolitana. Desgraciadamente no fue poca la gente que hizo suya esta descalificación, y en los escasos foros en los que se le dio la palabra a los transportistas, su tiempo se consumía irremediablemente en la refutación de estas vinculaciones, mientras los reporteros abundaban sobre la indignación popular frente al desabasto de alimentos.

Menos exitosa, en términos de visibilidad, fue la jornada de protestas del pasado 27 de enero. Organizaciones sociales, sindicatos, estudiantes y gente sin más, se dieron cita en las principales plazas del país para protestar por las medidas que se pretenden imponer en nombre de la liberalización de la economía. Entre los más afectados están los trabajadores de las Ferrovías del Estado, sobre quienes pende la amenaza del despido ante la inminente privatización que promueve el gobierno de Mario Monti. Sin embargo en los medios no sólo no se le dio cobertura a las movilizaciones, sino que se programaron amplios reportajes -con todo y sus “paneles de expertos”-, que hablaron sobre los enormes costos que representa la gigantesca e ineficiente burocracia italiana.

Y es que en este país, como ya sucedió meses atrás en Grecia, se preparan despidos en masa dentro del sector público. Una medida que en realidad busca darle liquidez al Estado italiano para pagar los servicios de su deuda, satisfaciendo de paso las exigencias del mercado en términos de permitirle la entrada a sectores que anteriormente le estaba vedados, o en los que se encontraba enormemente condicionado (salud, educación, transporte, comunicaciones, industria, etcétera).

Tras la designación de Mario Monti y su gobierno de técnicos, en Italia se vive una suspensión de la política. Se trata de un gobierno de facto, en donde el mercado se ha quitado, aunque sea momentáneamente, el estorbo de la simulación parlamentaria. Al respecto, el estancamiento y la falta de perspectiva de los partidos políticos es tan sólo un síntoma, el más visible. Sin embargo, la dimensión más grave de este momento histórico tiene que ver con el tratamiento de la oposición y la futura administración policíaca del descontento. No es casual que mientras se llevaba a cabo la mencionada jornada de protestas del 27 de enero, la policía organizó un operativo “quirúrgico” en el que se arrestaron a 25 opositores al tren de alta velocidad en Val de Susa, al norte de Italia, acusados de oponerse violentamente al ingreso de maquinaria a la zona en cuestión meses atrás.

En Italia y en Grecia es claro que el rey está desnudo. La más mínima forma de democracia, la más absurda, cuestionable y onerosa, la democracia representativa, está suspendida. Arriba deben estar contentos, pues la Unión Europea parece estar superando la molesta contradicción de la unión monetaria sin unidad política, gracias al incipiente éxito de los gobiernos del mercado.






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