lunes, 12 de septiembre de 2011

Monsanto y la IV Guerra mundial

A continuación un artículo muy interesante que me pasaron por ahí. Sépase que lo publico para disfrute y escándalo de tod@s pero, sobre todo, sin la autorización del autor... por eso del copy lev




“Entonces el que hace la conquista, el capitalismo, hace como quiere, o sea que destruye y cambia lo que no le gusta y elimina lo que le estorba.”

EZLN VI Declaración de la Selva Lacandona



Lev Jardón Barbolla

I. Imágenes del campo

La escena se puede ver por las carreteras del Bajío, en la Depresión Central de Chiapas o en los campos de riego de Sinaloa: campos de cultivo que al inicio de los surcos que dan hacia la carretera anuncian en coloridos carteles Faena Fuerte. No, no se refieren a las duras condiciones en las que los jornaleros tienen que trabajar las tierras del ¿nuevo? latifudio mexicano, cobijado por la reforma salinista al artículo 27. Los carteles plásticos se refieren a un herbicida sistémico, que penetra la cutícula de las hojas de las plantas –envenenándolas- y que promete acabar con todas las malezas de un sembradío. En el resto del mundo el herbicida se comercializa como Roundup, su ingrediente activo, el glifosato, es una sustancia con potencial para contaminar mantos freáticos y que efectivamente, deja el campo libre de toda “maleza”, incluyendo verdolagas, tomate verde, amaranto y otras plantas “indeseables”. Según datos de la propia Monsanto, la venta de Faena, les dejó 2000 millones de dólares de ganancias en año 2009.

No es el único anuncio que en la expansión del bombardeo comercial prolongado podemos ver, tal vez, muy cerca, veamos el letrero de Dekalb, la otra cara de la gran corporación que es Monsanto. Dekalb es una de las marcas de semillas que maneja esta empresa, semillas “mejoradas”, o híbridas. Recientemente el gobierno de Chiapas firmó un acuerdo para promover la siembra de 20 mil hectáreas con semillas de este tipo: transferencia de recursos públicos a una empresa vía subsidio; son hechos, no palabras diría el gobernador que gasta millones de pesos en mejorar su imagen en los medios.

Así, recorremos algunos cientos de kilómetros por el país, kilómetros que relucen el paso de un ¿progreso? extraño, en el que el monocultivo, monótono, monotemático, a ratos monocromático con sus anuncios de monopolio, repite la imagen de extensiones de tierra en las que no se ve huella de esas plantas que los botánicos llaman arvenses, las plantas asociadas al cultivo.

De pronto, una excepción, algunas parcelas con milpas en las que al pie del maíz y del frijol, asoma un tapete de plantas de calabaza, que con sus hojas anchas y guías largas tapa la mayor parte de la luz a las malezas nocivas. Igual que hace algunos miles de años, antes de Monsanto existiese, nacen varias plantas a la orilla de las milpas: son verdolagas, amaranto, quelites. Desde que se inventó la agricultura brotaron a las orillas de los campos de las comunidades, plantas que aprovechan la condiciones atípicas que los humanos generaban al remover la tierra y deshierbar manualmente, dejando algunas superficies descubiertas. De entre esas plantas las comunidades escogieron tal vez algunas que ya eran usadas desde antes, las domesticaron (proceso en el que los seres humanos seleccionan las variedades que les resultan más útiles al tiempo que aprenden a cultivarlas) y transformaron en nuevos cultivos, con un aprovechamiento integral de lo que se producía usando cada planta para una cosa (grano básico, leguminosa, fruta, condimento, medicina, etc.)

Caminamos por ese campo y de un caserío vecino se acerca un campesino. Le preguntamos por una planta pequeña, de flores amarillas, el tomatillo de monte, tomate de cáscara, de bolsita, tomate verde. En otro tiempo habría bastado decir tomate, pero eso fue antes de que el uso anglosajón de la palabra tomate tendiese a sustituir jitomate en el uso cotidiano (jitomate viene de xitli y tomatl, tomate de ombligo).

El que buscamos es pues, el tomate silvestre. El campesino nos avisa que más adelante hay tomates, en un campo que no se trabajo este año, es tomate que se nace solo. El campesino había pensado transplantar las plantitas a su huerto familiar, pero las lluvias adelantaron la floración y ya no dio tiempo. Nos advierte que hay mucho lodo.

“Mucho lodo” es lodo capaz de atrapar los pies de las personas y en kilómetro y medio de potreros anegados es difícil atender el tipo de plantas que crecen cuando el mero hecho de levantar la pierna es un logro. Pero al final del pantano hay un campo a medio abandonar y entre la arena no una, sino lo que parecen ser dos especies de tomate silvestre. Tal vez sea una coincidencia, pero hace algunos kilómetros que no vemos anuncios de “Faena Fuerte”, ni a nadie que lo ocupe.

II. La involución verde

El campo con policultivos, no es el campo que necesita el capitalismo moderno. En este sentido, diríamos que Monsanto es apenas un síntoma, acaso sintético, de lo que el sistema capitalista implica para los campesinos.

La apropiación violenta de la tierra por parte de terratenientes y la expulsión de grandes cantidades de gente hacia las ciudades ha sido una constante desde que el capitalismo surgió, diría Marx, rezumando sangre y lodo por los poros (si bien es la punta del iceberg, la cabeza de Carlos I de Inglaterra rodando en 1649 puede atestiguar el asunto de la sangre). A esa apropiación violenta siguió la transformación del resto de la producción agrícola, pues el campo comenzó a producir para generar ganancias a terratenientes que a veces se volverían también industriales, o bien de industriales que se volverían terratenientes también.

Para el capitalismo un campo moderno es aquél donde los trabajadores agrícolas no producen para satisfacer su necesidades propias, sino para satisfacer las necesidades del mercado (del mercado, no de los consumidores). Pero además, es un campo donde se produce organizando todo de manera acorde al objetivo último de maximizar las ganancias. Cada surco debe ser sembrado de manera que se obtenga el mayor volumen de cosecha y, sobre todo, empleando al menor número de trabajadores. La diversidad estorba en la producción capitalista y por eso se favorece al monocultivo, “que cada grano de tierra, cada rayo de sol y cada gota de agua produzca sólo lo que queremos vender” parecería ser el grito con el que la burguesía marcha, recurrentemente, sobre el campo.

El capitalismo en expansión convierte cosas que antes se vendían como mercancías sencillas en mercancías capitalistas y cosas que antes no eran mercancías en mercancías. Así, la señora que vende unos cuantos aguacates, que ella misma cosecha, en una banqueta de la ciudad -mercancías simples- es desplazada por un supermercado, donde se venden aguacates de la variedad Haas (misma que ha desplazado a la enorme variedad de formas de aguacate que se vendían hace unos años) que provienen de la finca del Sr. X, que paga a unos jornaleros un sueldo más o menos miserable y obtiene, del trabajo de los jornaleros y de los empacadores de aguacate ganancias jugosas -mercancías capitalistas-. Nada del proceso de explotación se ve en la caja que dice “Calidad de exportación”. De la señora que vendía los aguacates, ya se encargarán las leyes que prohíben el comercio ambulante, o un operativo para embellecer las calles limpiándolas de “indeseables”; para eso ha servido, históricamente El Estado, esa famosa banda de gente armada que habla en nombre muchos intereses, menos los de la gente de a pie.

El proceso ha dado muchos resultados. En primer lugar, alimenta las maquiladoras y las ciudades en general de personas despojadas de su tierra dispuestas a trabajar “de lo que sea”, personas que se ven obligadas a concurrir al mercado para obtener sus medios de subsistencia.

En el campo de la producción, genera contradicciones reveladoras. Para malestar de la posición maltusiana, la capacidad de producción de comida creció más rápido que la población. De acuerdo con datos de la FAO en el periodo 1955-2005 la producción mundial de granos se multiplicó por 3.2. En ese mismo periodo, la población mundial creció 2.4 veces. Aún actualizando los datos y con la única excepción del año 2011 por la sequía en Rusia, en los últimos 10 años se ha producido en promedio más comida por cabeza de la que se haya producido jamás. Cada año, la cantidad de alimentos disponibles, se ha incrementado y el hambre sigue ahí.

Pero en su discurso, Monsanto y otras empresas del agribussiness pregonan que su misión es salvar al mundo del hambre; así justifican la necesidad del uso masivo de organismos transgénicos promovida por las empresas. ¿Cómo se origina el hambre a la que presuntamente responden los agroquímicos milagro? El mercado capitalista produce mercancías, mercancías capitalistas, mercancías que al venderse culminan en la generación de ganancias. Producir mercancías no es lo mismo que producir valores de uso, los alimentos pueden estar ahí, en el mercado, que se nos presenta como la única forma de existencia social en el sistema capitalista. Los alimentos pueden estar ahí, falta ver quién tiene el dinero suficiente para pagarlos, el que no tenga, puede morir de hambre. Las crisis del capitalismo han sido históricamente, crisis de sobreproducción.

Pero en el camino de incrementar una sola dimensión, la de la ganancia, el capitalismo ha hecho el campo menos diverso, más homogéneo. Al promoverse por los gobiernos la siembra de variedades industriales de semillas, protegidas por patentes y por el sacrosanto derecho de propiedad privada y su uso junto al de herbicidas y pesticidas se ha erosionado la diversidad genética de los cultivos. Se ha erosionado porque el mismo proceso de sustitución de variedades locales por semillas mejoradas ha atacado las relaciones sociales que hacen posible que las comunidades campesinas seleccionen, mantengan y acentúen la diversidad de las plantas cultivadas.

Marx comparó al capital con un vampiro, que siendo trabajo muerto debe salir cada tanto a chupar el trabajo vivo. Así, las empresas como Monsanto tienen que ir a donde está la vida, al bosque, a la selva, al desierto, a la parcela de la gente, para obtener diversidad biológica con la cual enriquecerse, arrebatándola por la vía del derecho de patente sobre bienes comunes. Después, Monsanto y compañía introducen al mercado semillas “mejoradas”, mejoradas porque son predecibles, mejoradas porque son homogéneas, mejoradas porque son menos diversas.

Y al perderse la diversidad que las comunidades han gestado en los cultivos se pierden también variedades que podrían ser de suma relevancia por presentar adaptaciones locales al clima, a la resistencia a enfermedades, a la supervivencia en suelos pobres, etc. Sin esa diversidad biológica, que hoy peligra en donde Faena Fuerte y Delkab campean, será imposible resistir el cambio climático, las nuevas plagas y catástrofes ambientales que el capital ha generado. La tecnología de Monsanto y sus competidores no es la solución, sino en todo caso una causa de las crisis alimentarias actuales.

El modelo tecnológico que promueve Monsanto no es una casualidad, es el modelo tecnológico que el capitalismo necesita para su reproducción inmediata. Y ese modelo entra en contradicción con la reproducción de la agricultura como actividad en el largo plazo. Hasta hoy, las crisis bajo el capitalismo se han debido no a la escasez, sino a la sobreproducción; el capitalismo neoliberal, amenaza con hacer de esta crisis, una crisis de escasez total, en la que el planeta mismo está en riesgo.

Los zapatistas han caracterizado a la IV Guerra Mundial como una guerra que el capitalismo neoliberal libra contra la humanidad en todas partes; dicen también que los que luchan contra el neoliberalismo están luchando por la humanidad. Tienen razón.

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