viernes, 30 de septiembre de 2011

El exorcismo de una recurrencia

Desde hace días pienso en una entrevista -una de las últimas- que alguien (no recuerdo quién) le hizo a José Saramago. Eran los tiempos del último mundial y mi amigo, aficionado al futbol, hacia un insistente y molesto zapping que regresaba inevitablemente a la partida de no se qué país contra otro. Entre canal y canal apareció Saramago hablando con su tierna cara de tortuga; llevaba poco tiempo de haberse ido con Caronte.

Es curioso cómo desde lo simple es posible desestructurar el discurso que sostiene esta realidad de mierda. Saramago cuestionaba, a pregunta expresa de su interlocutor, el discurso sobre la democracia remitiéndose a su acepción más básica:  δῆμος -demos-, que traducía como "pueblo", y κράτος -krátos-, "poder" o "gobierno"... al final lo que todos hemos oído en la escuela: "democracia es el gobierno (o el poder) del pueblo, para el pueblo y por el pueblo".

El autor de, Ensayo sobre la ceguera  (¡qué angustía de libro!), sostenía, palabra más palabras menos, que la democracia bajo el actual orden de cosas es simplemente imposible. Y es que desde hace poco más de treinta años que el mundo ha sido sometido bajo el yugo del mercado y éste, por definición, no es democrático. Acto seguido, en franca sincronía con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, el viejito presentaba a las clases políticas como el brazo ejecutor de los caprichos del mercado en detrimento del pueblo. 

En México el discurso sobre la democracia hace tiempo que no surte el efecto retórico esperado. Sin embargo, hablar de democracia en Europa significa remitirse a uno de los valores más caros de Occidente. Suena obvio, pero no lo es, porque no deja de ser impresionante escuchar a Occidente hablar en primera persona cuando, por ejemplo, se refiere a la OTAN actuando en Libia o en Afganistán, o cuando se contrapone a Oriente, y despliega sesudos reportajes sobre la situación de las mujeres en China e Irán, mientras en algunos países de Europa las mujeres tienen un salario menor que los hombres por el doble de trabajo y, como en Italia, tienen que padecer a un gobierno que ha convertido en Ministerio la prostitución de alto nivel... etc. 

El comentario de Saramago lo recuerdo cada vez que en la televisión algún ministro o analista habla de lo-que-se-tiene-que-hace-para-superar-la-crisis-de-la-deuda-en-Europa: recortar el gasto público; aumentar la edad de las jubilaciones; aumentar los impuestos al salario y al consumo; privatizar empresas públicas... Eso que ya desde hace tiempo se señala en América Latina como un padecimiento y que aquí se presenta como si se le hubiera ocurrido antier a algún genio de la Banca Central Europea (BCE). Es el neoliberalismo -como lo llaman con razón algunos-, la tiranía del mercado gobernando nuestros destinos. Y es cierto: nadie es profeta en tierra ajena, pero no puedo evitar pensar que México fue el primer país en aceptar un préstamo del Banco Mundial (BM) a cambio de "reformas estructurales"; era 1982, hoy tenemos un territorio militarizado y en guerra porque el rey ya lleva mucho tiempo desnudo.

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