martes, 14 de mayo de 2013

La parábola de la rana

La izquieda electoral se me antoja a veces como el fuego de una estufa. El acuerdo es regular el calor de manera que la comida no se queme. Cuando las cosas van de maravilla para el poder, la dinámica es más bien la del fastfood, entonces reformas rápidas, recortes salariales, privatizaciones y demás etcéteras sin demasiadas convulsiones. Sin embargo para el politólogo, digamos un Rodríguez Araujo, lo mejor es la buena cocina, esa que requiere de un buen fuego, ingredientes de calidad y ¿por qué no? un buen vino. Obviamente entre todo lo que se cocina está la gente, sea como consenso, sea como fuerza de trabajo, como consumidores o ejército de reserva. A la gente el fuego le viene bien cuando el cambio es gradual, como en la parábola de la rana hervida, basta poner al animalito en una olla con agua a hervir lentamente hasta que se cocina: la rana muere sin siquiera haber tratado de escapar. El calor puede ser incluso placentero o esperanzador, pero lo único cierto es que la rana -la gente- se está cocinando para deleite del poder.



Así, la descalificación de la protesta se me antoja como una invitación al disciplinamiento de los ingredientes. Entonces las guerras de la razón contra el salvajismo ceceachero (como si la UNAM no hubiera superado ya el optimismo positivista del XIX); el señor Graco Ramírez y sus profesores “narcoguerrileros” (las piedritas en el frijol, diría mi abuela), o los indignados españoles que dice Rajoy que son de ETA (¡considerando la cantidad diría que se les está echando a perder la comida!). Así y con todo, las formas groseras resultan ser siempre muy educativas, vea usted nada más cómo la cúpula empresarial de Guatemala defiende a Ríos Montt, ese gran chef que deleitó tantos paladares bananeros durante los últimos estertores de la Guerra Fría. Y es que, curiosamente, en Guatemala como en México -y en el resto del continente (digámosla toda)-, los indígenas son etiquetados como ingrediente pasivo, no obstante su protagonismo y resistencia le haya roto más de un diente a los poderes de ayer y siempre. Un ingrediente noble, agregarían el politólogo (otra vez) y el analista, al que basta quitarle el mestizo panzón adherido para deleitarse en su nobleza... del ingrediente, no del panzón, se entiende (sírvase acompañado de recalentado de reforma constitucional tripartítica y algo de MORENA como contorno, para variar).



¡Buen provecho!



Posdata: Llamar “imposición” a un acto de coherencia sistémica es, en sí, una negación de la dinámica corrupta del sistema político mexicano.


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