
Y es que las metas propuestas en el Manual nos habían parecido engañosas: elegimos nuestras propias exploraciones. Entonces el camino se llenó de desprendimientos y renuncias, mientras otros ascendían y se petrificaban en los depósitos lujosos de la vida mediada.
Pero no hay definitivos, y no importa que tan carcomida haya sido la voluntad de correspondencia, siempre es posible reencontrarse con las pautas de la integración, aunque la aspiración baje de nivel y el asiento sea de tercera. Porque entonces es el instinto, o el desarrollo de pasiones por ciertos lujos, y todo gracias a que algunas cosas salen bien y te consigues una probadita de esto y aquello.
El asunto de la intemperie es que te vas quedando solo. Lo notas en la instauración de la superficialidad en las conversaciones, en la repetición sospechosa de ciertos tópicos de sobremesas. Pero la constancia no está hecha de mártires -por mucho que se piense que así va la cosa-, porque la autodestrucción tampoco es romántica. Sin embargo llega un momento en que los límites impuestos requieren de cierta violencia para permitirnos dar el siguiente paso, y es que a cierta altura del camino simplemente no basta con dejarse llevar.
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