Hace
diez años la joven estadounidense fue
asesinada por un bulldozer
militar israelí. Su muerte abrió los ojos al mundo sobre la
resistencia no violenta, practicada por miles de jóvenes en todo el
mundo sin la atención de los medios masivos de comunicación.
Ninguno ha olvidado a Rachel en Rafah. “Para nosotros no se trató
de la muerte de una amiga -dicen los hermanos Nasrallah, que vivían
con sus esposas e hijos en una de las casas que Rachel trató de
salvar aquel 16 de marzo de 2003- sino que fue como si nos hubieran
asesinado a una hija”.
Ese
16 de marzo, las primeras imagenes Rachel Corrie en Gaza llegaron ya
casi por la noche, trasmitidas por la televisión árabe. El rostro
de una joven, un cuerpo sin vida cubierto parcialmente de una sábana
en
una camilla de hospital y un médico que explicaba las causas de la
muerte. Se trata de una imagen inolvidable para quien la vio.
Imagenes que confirmaron las noticias que circulaban ya desde hace
horas sobre el
asesinato en Rafah, en el confín entre Gaza y Egipto, de una joven
occidental, activista del International
Solidarity Movement (ISM),
aplastada por un bulldozer militar israelí mientras se oponía a la
destrucción de una casa. Desde
un par de años la crónica derrame cotidiano de vidas humanas -la
mayor parte de palestinos, pero también de isralíes. Estábamos en
medio de la segunda Intifada contra la ocupación militar, y un año
antes Israeñ había vuelto a ocupar las principales ciudades
palestinas a través de la ofensiva “Muralla de Defensa”,
causando cientos de muertes.
Y ni siquiera ese inmenso baño de sangre que
comenzó en septiembre del 2000 hizo pasar desapercibida la muerte de
Rachel Corrie, una chica americana más bien tímida pero de carácter
fuerte, tal como lo demostraban los correos electrónicos que mandaba
asiduamente a sus padres. Su muerte abrió al mundo haci la realidad
de muchísimos jóvenes de todo el planeta (incluso de los Estados
Unidos, férreo aleado de Israel), que iban a Gaza y Cisjordania para
hacer eso que hace diez años era conocida como “protección
pasiva”, o sea tratar de prevenir sin violencia o resistencia, sólo
con la simple física, la demolición de casas, los disparos del
ejército de israelí en las calles de los barrios densamente
poblados, así como los arrestos indiscriminados. Como Rachel, otras
personas -activistas y periodistas- perdieron la vida en aquellos
años -como Tom Hurndall, asesinado por un francotirador que le
disparó a la cabeza; o Vittorio Arrigoni, quien formaba parte del
ISM.
Para las autoridades de Israel estos voluntarios
internacioneles son solamente “amigos de los terroristas” (o sea
de los palestinos), y en los cruces fronterizos -tanto ayer como
ahora- se instrumentan todo tipo de acciones para impedir su “ingreso
en el país”, a pesar de que estos jóvenes en realidad no van a
Israel, sino a los Territorios ocupados.
Hussein Hamudi, tiene 21 años y
vive en la ciudad de Gaza, era apenas un niño en 2003.
La memoria de Rachel, sin embargo, quedó estampada en su alma.
“Rachel nos enseñó una cosa muy importante -dice Hussein, que se
ha convertido también en activista-, que la ocupación israelí teme
cualquier forma de resistencia, incluso la más pacífica. Rachel nos
dijo que todos, palestinos y extranjeros, debemos y podemos dar
nuestra contribución a una causa justa”. Hussein participará hoy
en la conmemoración solemne que el “Centro Rachel Corrie” ha
organizado en Rafah. Una ocación que servirá seguramente a renovar
la memoria de Rachel entre los palestinos, y recordar todo lo que
sucedió en aquellos dramáticos años. Entre el 2000 y el 2005, el
ejercito israelí destruyó 1600 edificios en Rafah para construir un
alto muro a lo largo de la frontera con Egipto, dejando sin techo
aproximadamente al 10% de los habitantes de la tercera ciudad de
Gaza.
En el 2004, las demoliciones en Rafah alcanzaron un
promedio de 100 casas al mes. Las Agencias de la ONU, UNRWA y OCHA,
denunciaron esta abierta violación del derecho internaciona. En
enero del 2003, cuando Rachel Corrie llegó a Rafah, los israelíes
destruían en promedio 12 casas a la semana. Los voluntarios del ISM
eran los únicos que, con su presencia, trataban de impedir las
demoliciones. Para Israel, el asesinato de la activista americana fue
un “incidente”. Una sentencia de agosto del año pasado, luego de
un largo proceso civil iniciado por los padres de Rachel ante el
tribunal de Haifa, concluyó que la joven americana “se expuso -por
sí misma y de manera voluntaria-, en peligro. Fue un incidente que
ella misma provocó”. Los jueces dieron crédito absoluto a la
versión de los hechos presenrada por el conductor del bulldozer
militar DR9, el soldado Y.P. (su identidad nunca fue revelada).
En su testimonio, presentado a finales del 2012,
Y.P. confirmó que había civiles presente mientras “operaba” el
bulldozer aquel 16 de marzo del 2010, pero que no dejó de “trabajar”
porque había recibido la orden de continuar: “Yo soy sólo un
soldado... no era yo quien daba las órdenes”. Y.P. Dice que no vio
a Rachel Corrie, quien llevaba una chaqueta amarillo fosforescente.
El soldado sostiene que tampoco escucho los gritos de los compañeros
de Rachel cuando la joven terminó debajo del bulldozer. Los jueces
consideraron como creible la versión de Y.P., aunque sus
declaraciones bajo juramente contradicen el reporte firmado que
entregó a los investigadores militares en 2003. Quizá los jueces
simplemente aceptaron la “explicación política” de lo sucedido,
ofrecida por el coronel “Yossi”, uno de los oficiales
responsables por aquel entonces de la zona de Rafah: “No hay
civiles en una zona de guerra”.
Sin embargo los civiles son siempre civiles,
en tiempo de guerra y en tiempo de paz,
recordó indignado al
escuchar la sentencia Richar
Falk, relatos
especial de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos en los
Territorios ocupados palestinos. “La decision del juez representa
una derrota de la justicia” así como “una victoria para la
impunidad de los militares israelíes”. “La Convención de
Ginebra impone la protección de los civiles a las potencias
ocupantes”, comentó Falk. Los padres de Rachel recibieron con
dolor y frustración la decisión de la corte. Pero no con
resignación: “Muchos nos preguntan qué cosa nos esperábamos de
este proceso. No es que esperaramos justicia, la reclamamos. Pienso
que cada uno debe reclamarla, de otro modo la justicia simplemente
morirá”, declaró Craig Corrie, el padre de la joven americana.
Quien vaya hoy a Rafah no estará seguramente de acuerdo con esta
sentencia. “Rachel nunca será olvidada -explica Hussein Hamodi-
Rachel es una de nosotros”. Seguramente no la olvidarán tampoco
los hermanos Nasrallah, un farmacista y un contador, que vivía con
sus mujeres e hijos en las casas que la joven americana trató de
salvar aquel 16 de marzo de hace diez años, pagándolo con su vida.
“Para
nosotros -dicen- no fue asesinada una amiga, fue asesinada una hija.