miércoles, 9 de diciembre de 2015
jueves, 27 de marzo de 2014
Macrofenómenos y Microchingaderas
Alguien
escribía hace unos días en la Jornada sobre los riesgos que lleva
consigo la creciente acumulación de hartazgo entre los mexicanos.
Exiten varios “macrofenómenos” que se esgrimen a manera de
explicación sobre los factores implicados en dicho proceso; la pobreza, la impunidad, la corrupción y la inseguridad son
algunos de ellos. La cuestión es que el malestar generalizado
es un hecho multidimensional que tiene sí, grandes causas en su
orígen, pero distribuidas en una infinidad de microchingaderas
cotidianas encapsuladas en igual número de infiernitos individuales.
El
hecho de entrecomillar la palabra macrofenómenos no casual:
hablar de fenómenos tiene un sabor de cosas-que-aparacen-de-la-nada,
o sea, sin responsabilidades atribuíbles a agentes responsables de
efectos y/o intenciones determinadas. La cuestión es que en cada
caso se podría hacer -no sin dificultades- un seguimiento más o
menos preciso que nos ayude a dar cuenta de cómo fluyen las
chingaderitas de todos los días, y como éstas se agregan en una
gran chingaderota bajo la forma de eso que hemos aludido con el
término “macrofenómeno”.
Tomémos
como ejemplo el caso de los recibos locos de la CFE. Las protestas
ante las arbitrariedades de paraestatal son anteriores a la extinción
de Luz y Fuerza del Centro (tal como lo demuestran los casos de
Chiapas, Oaxaca o Veracrúz), sin embargo, luego de la desaparición
de LFC, la injusticia ha venido a cobrarse (literalmente) su venganza
en contra de los antiguamente “privilegiados” habitantes del
centro del país. Este hecho, advertido desde antes por los propios
electricistas del SME, ha provocado que la gente se organice contra
las “nuevas reglas del juego”. Desgraciadamente, en todo el
recorrido de esta “pequeña revolución del usuario”, la Suprema
Corte ha aplanado el camino de la paraestatal hacia la impunidad (y,
en última instancia, hacia la privatización energética),
legitimando lo ilegitimo y rechazando toda controversia llevada a
cabo por iniciativa de los consumidores.
Hoy nos enteramos que la Suprema acaba de determinar que no será posible
ampararse en contra de los cobros excesivos de la CFE, eliminando la
tibia -pero hasta ahora única- forma de resistencia compartida por
miles de consumidores. O sea que se ha terminado por darle
legitimidad a los alegatos tiránicos con los que, ya desde hace
tiempo, la paraestatal ha venido respondiendo a la gente: “primero
paga y después virigua”. Digamos entonces que esta decisión nos
pone delante de una nueva macrochingadera, pues quienes tenían sus
esperanzas puestas en una resolución favorable a los usuarios se
quedaron vestidos y alborotados.
En
otras palabras, a fuerza de ortopedias, el aparato legal que acompaña
la imposición del multisobado modelo neoliberal, impone un parche
(más), que busca perpetuar la imagen del consumidor estupefacto e
impotente ante un recibo de luz que muy probablemente no podrá
pagar. Pero no sólo (se sabe que las chingadera nunca vienen solas):
desde el 2009 la CFE experimenta nuevas formas de administrar el
servicio de energía para abaratar los costos de la mano de obra
(despidos), y estratificar a los consumidores en términos de su
capacidad de consumo... pero no con criterios de necesidad
(hogar/comercio/industria), sino económicos (poder adquisitivo).
Sin
duda alguna una de las formas más polémicas de este experimento son
los medidores de prepago, que funcionan con la misma lógica del
“tiempo aire” utilizado por las compañías de telefonía
celular. Y a pesar de que todavía no es clara la forma en que
operará definitivamente este esquema, la intención de segmentar a
los usuarios según sus capacidades de pago significa la eliminación
definitiva de la relación
energía eléctrica = derecho de la población.
En
el caso de los celulares, si usted no cuenta con mucho dinero “le
conviene” comprar tarjetas prepagadas o comprar tiempo aire en una
tienda o supermercado; si después de una semana usted se queda sin
crédito, o mete más o se contenta solamente con recibir llamadas,
pero ¿qué pasa con la electricidad? Considerando la situación
económica de nuestro país, no es descabellado imaginar situaciones
en las que una familia podría permitirse solamente quince días de
servicio con tal de poder pagar la renta, otros recibos, la escuela o
simplemente comer. ¿Y el resto del mes? Por supuesto que para
quienes sí pueden pagar, al igual que con el servicio de telefonía
móvil, habrá flamantes promociones y planes tarifarios con montos proporcionales al servicio adquirido. Privilegios de un mercado abierto, en donde
por fin los contratistas privados de la CFE podrán salir del clóset
y lucir sus logotipos a todo color.
La
neoliberalización realmente existente ha demostrado en más de una
ocasión que la privatización de las ganancias significa la
socialización de la pérdidas, y seguramente no pasará mucho tiempo
antes de que la energética sea definida como un nuevo indicador para
“medir” la pobreza. Lo más perverso, sin embargo, es que esta
nueva segmentación social se desarrolla paralelamente a las viejas y
nuevas barreras creadas por las capacidades diferenciadas de consumo
en un mundo sin amortiguadores sociales. Por eso es muy probable que,
efectivamente, el hartazgo termine por hacernos estallar a todos en
algún punto, el problema es que la necesidad de un cambio radical no
es atemporal (y gloriosa) como se pensaba antiguamente: ahora tenemos
que hacer cuentas con un sentido completamente nuevo de la escasez,
por no mencionar los desastres en ciernes que amenazan la vida en
nuestro planeta.
Epílogo (pesimista).
Año 2040. Los dueños de la fiesta superan su inmediatismo y
festejan ante la conciencia de ser los administradores del declino
definitivo de la raza humana. Hasta entonces se había augurado
continuamente una inevitable explosión de hartazgo entre los
millones de seres humanos que constituyen las castas menores, pero un
científico muy sesudo descubrió -para felicidad del dinero-, que la
tolerancia humana se basa en una compleja estructura fractal (y por
ello infinita) en la que se almacena el resentimiento.
martes, 11 de febrero de 2014
¿Ya nadie se pregunta por la técnica?
Ayer por la noche apareció un spot en la televisión italiana, en
donde el gobierno anuncia la puesta en marcha del “Laboratorio
Nazionale del DNA”. Como estaba distraído, al inicio pensé que se
trataba de un episodio de Law and Order, o alguna de las innumerables
series policiacas que ponen en canal Giallo, pero no: era un anuncio
oficial. Hoy por la mañana me decidí a buscar algo de información
al respecto, y resulta que los medios hablan abundantemente de la
cuestión, pero siempre desde el prisma de la crítica a la
ineficiencia burocrática italiana. Y es que el acuerdo europeo para
poner en marcha este tipo de infraestructuras está en vigor desde el
2005, pero aquí lo han puesto a funcionar con nueve años de
retraso.
En todo caso, y según mi opinión, se trata de la enésima
demostración del sentido que empuja buena parte de la revolución
tecnológica, que no por cotidiana es menos brutal e inquietante. Es
verdad que se pueden encontrar muchos acercamentos críticos sobre
toda nueva manifestación del Big Brother, pero es poco lo que se
dice del espíritu que la anima, y por lo general -incluso desde el
extremo izquierdo de la fiesta- la cuestión se resuelve aludiendo al
carácter supuestamente neutral de la ciencia.
¿Que la tecnología “puede ser buena o mala, según en las
manos de quién esté”? Lo dudo sinceramente. No se necesita ser
Heidegger o Foucault para saber que una pistola está hecha para
matar, independientemente de que quien la tenga sea el papa Bergoglio
o George Bush. En este caso, la racionalidad que está detrás de la
biométrica ha sido más o menos la misma desde que, en 1891, Juan
Vucetich exclamara “Eureka” cuando descubrió el potencial de las
huellas dactilares como método de identificación.
En perspectiva lo que queda claro es que, más allá del debate
sobre privacidad y derechos individuales, la voluntad de control y
clasificación de la desviación es una constante histórica cuyo
único límite material ha sido determinado por el desarrollo
tecnológico. La vergonzosa distancia que existe entre la capacidad
de adaptación de las legislaciones nacionales (la única manera de
“controlar cómo nos controlan”), con respecto al incremento
exponencial de la innovación tecnológica no hacen más que
confirmar lo anterior.
Alguien podría objetar que la constante es más bien la
“necesaria” presencia del Leviatán, visto que Homo homini
lupus = “nosotros somos muy malos pero quien nada
debe nada teme y etcétera…” Hágase, “namás” por ociosidad,
un simple ejercicio de a + b entre la última bomba
del buen Snowden (que aparece hoy en el periódico la
@lajornadaonline)
y la recientemente aprobada Ley de Geolocalización en México.
La revelación de Snowden habla de drones que ubican y “deciden”
atacar a un objetivo militar (humano), gracias a los datos de su
tarjeta SIM; la Ley de Geolocalización abre la puerta a más de un
infierno orwelliano con la misma tecnología pero, ¿sin drones y sin
la eliminación de ningún Osama mexicano?
Esperemos que esa cosa que llaman sentido común no termine
aceptando la superioridad del algoritmo (en tanto que “neutral”)
por encima de la razón. Y es que esta última, por muchos monstruos
que sus sueños generen, sigue siendo humana; sigue siendo nuestra.
martes, 14 de mayo de 2013
La parábola de la rana
La
izquieda electoral se me antoja a veces como el fuego de una estufa.
El acuerdo es regular el calor de manera que la comida no se queme.
Cuando las cosas van de maravilla para el poder, la dinámica es más
bien la del fastfood, entonces reformas rápidas,
recortes salariales, privatizaciones y demás etcéteras sin
demasiadas convulsiones. Sin embargo para el politólogo, digamos un
Rodríguez Araujo, lo mejor es la buena cocina, esa que requiere de
un buen fuego, ingredientes de calidad y ¿por qué no? un buen
vino. Obviamente entre todo lo que se cocina está la gente, sea como
consenso, sea como fuerza de trabajo, como consumidores o ejército
de reserva. A la gente el fuego le viene bien cuando el cambio es
gradual, como en la parábola de la rana hervida, basta poner al
animalito en una olla con agua a hervir lentamente hasta que se
cocina: la rana muere sin siquiera haber tratado de escapar. El calor
puede ser incluso placentero o esperanzador, pero lo único cierto es
que la rana -la gente- se está cocinando para deleite del poder.
Así,
la descalificación de la protesta se me antoja como una invitación
al disciplinamiento de los ingredientes. Entonces las guerras de la
razón contra el salvajismo ceceachero (como si la UNAM no
hubiera superado ya el optimismo positivista del XIX); el señor
Graco Ramírez y sus profesores “narcoguerrileros” (las
piedritas en el frijol, diría mi abuela), o los indignados españoles
que dice Rajoy que son de ETA (¡considerando la cantidad diría que
se les está echando a perder la comida!). Así y con todo, las
formas groseras resultan ser siempre muy educativas, vea usted nada
más cómo la cúpula empresarial de Guatemala defiende a Ríos
Montt, ese gran chef que deleitó tantos paladares bananeros durante
los últimos estertores de la Guerra Fría. Y es que, curiosamente, en Guatemala
como en México -y en el resto del continente (digámosla toda)-, los
indígenas son etiquetados como ingrediente pasivo, no obstante su
protagonismo y resistencia le haya roto más de un diente a los
poderes de ayer y siempre. Un ingrediente noble, agregarían el
politólogo (otra vez) y el analista, al que basta quitarle el
mestizo panzón adherido para deleitarse en su nobleza... del ingrediente, no
del panzón, se entiende (sírvase acompañado de recalentado de
reforma constitucional tripartítica y algo de MORENA como contorno,
para variar).
¡Buen
provecho!
Posdata: Llamar
“imposición” a un acto de coherencia sistémica es, en sí, una
negación de la dinámica corrupta del sistema político mexicano.
viernes, 22 de marzo de 2013
La fuerza extraordinaria de Rachel
Hace diez años la joven estadounidense fue asesinada por un bulldozer militar israelí. Su muerte abrió los ojos al mundo sobre la resistencia no violenta, practicada por miles de jóvenes en todo el mundo sin la atención de los medios masivos de comunicación. Ninguno ha olvidado a Rachel en Rafah. “Para nosotros no se trató de la muerte de una amiga -dicen los hermanos Nasrallah, que vivían con sus esposas e hijos en una de las casas que Rachel trató de salvar aquel 16 de marzo de 2003- sino que fue como si nos hubieran asesinado a una hija”.
Ese
16 de marzo, las primeras imagenes Rachel Corrie en Gaza llegaron ya
casi por la noche, trasmitidas por la televisión árabe. El rostro
de una joven, un cuerpo sin vida cubierto parcialmente de una sábana
en
una camilla de hospital y un médico que explicaba las causas de la
muerte. Se trata de una imagen inolvidable para quien la vio.
Imagenes que confirmaron las noticias que circulaban ya desde hace
horas sobre el
asesinato en Rafah, en el confín entre Gaza y Egipto, de una joven
occidental, activista del International
Solidarity Movement (ISM),
aplastada por un bulldozer militar israelí mientras se oponía a la
destrucción de una casa. Desde
un par de años la crónica derrame cotidiano de vidas humanas -la
mayor parte de palestinos, pero también de isralíes. Estábamos en
medio de la segunda Intifada contra la ocupación militar, y un año
antes Israeñ había vuelto a ocupar las principales ciudades
palestinas a través de la ofensiva “Muralla de Defensa”,
causando cientos de muertes.
Y ni siquiera ese inmenso baño de sangre que
comenzó en septiembre del 2000 hizo pasar desapercibida la muerte de
Rachel Corrie, una chica americana más bien tímida pero de carácter
fuerte, tal como lo demostraban los correos electrónicos que mandaba
asiduamente a sus padres. Su muerte abrió al mundo haci la realidad
de muchísimos jóvenes de todo el planeta (incluso de los Estados
Unidos, férreo aleado de Israel), que iban a Gaza y Cisjordania para
hacer eso que hace diez años era conocida como “protección
pasiva”, o sea tratar de prevenir sin violencia o resistencia, sólo
con la simple física, la demolición de casas, los disparos del
ejército de israelí en las calles de los barrios densamente
poblados, así como los arrestos indiscriminados. Como Rachel, otras
personas -activistas y periodistas- perdieron la vida en aquellos
años -como Tom Hurndall, asesinado por un francotirador que le
disparó a la cabeza; o Vittorio Arrigoni, quien formaba parte del
ISM.
Para las autoridades de Israel estos voluntarios
internacioneles son solamente “amigos de los terroristas” (o sea
de los palestinos), y en los cruces fronterizos -tanto ayer como
ahora- se instrumentan todo tipo de acciones para impedir su “ingreso
en el país”, a pesar de que estos jóvenes en realidad no van a
Israel, sino a los Territorios ocupados.
Hussein Hamudi, tiene 21 años y
vive en la ciudad de Gaza, era apenas un niño en 2003.
La memoria de Rachel, sin embargo, quedó estampada en su alma.
“Rachel nos enseñó una cosa muy importante -dice Hussein, que se
ha convertido también en activista-, que la ocupación israelí teme
cualquier forma de resistencia, incluso la más pacífica. Rachel nos
dijo que todos, palestinos y extranjeros, debemos y podemos dar
nuestra contribución a una causa justa”. Hussein participará hoy
en la conmemoración solemne que el “Centro Rachel Corrie” ha
organizado en Rafah. Una ocación que servirá seguramente a renovar
la memoria de Rachel entre los palestinos, y recordar todo lo que
sucedió en aquellos dramáticos años. Entre el 2000 y el 2005, el
ejercito israelí destruyó 1600 edificios en Rafah para construir un
alto muro a lo largo de la frontera con Egipto, dejando sin techo
aproximadamente al 10% de los habitantes de la tercera ciudad de
Gaza.
En el 2004, las demoliciones en Rafah alcanzaron un
promedio de 100 casas al mes. Las Agencias de la ONU, UNRWA y OCHA,
denunciaron esta abierta violación del derecho internaciona. En
enero del 2003, cuando Rachel Corrie llegó a Rafah, los israelíes
destruían en promedio 12 casas a la semana. Los voluntarios del ISM
eran los únicos que, con su presencia, trataban de impedir las
demoliciones. Para Israel, el asesinato de la activista americana fue
un “incidente”. Una sentencia de agosto del año pasado, luego de
un largo proceso civil iniciado por los padres de Rachel ante el
tribunal de Haifa, concluyó que la joven americana “se expuso -por
sí misma y de manera voluntaria-, en peligro. Fue un incidente que
ella misma provocó”. Los jueces dieron crédito absoluto a la
versión de los hechos presenrada por el conductor del bulldozer
militar DR9, el soldado Y.P. (su identidad nunca fue revelada).
En su testimonio, presentado a finales del 2012,
Y.P. confirmó que había civiles presente mientras “operaba” el
bulldozer aquel 16 de marzo del 2010, pero que no dejó de “trabajar”
porque había recibido la orden de continuar: “Yo soy sólo un
soldado... no era yo quien daba las órdenes”. Y.P. Dice que no vio
a Rachel Corrie, quien llevaba una chaqueta amarillo fosforescente.
El soldado sostiene que tampoco escucho los gritos de los compañeros
de Rachel cuando la joven terminó debajo del bulldozer. Los jueces
consideraron como creible la versión de Y.P., aunque sus
declaraciones bajo juramente contradicen el reporte firmado que
entregó a los investigadores militares en 2003. Quizá los jueces
simplemente aceptaron la “explicación política” de lo sucedido,
ofrecida por el coronel “Yossi”, uno de los oficiales
responsables por aquel entonces de la zona de Rafah: “No hay
civiles en una zona de guerra”.
Sin embargo los civiles son siempre civiles,
en tiempo de guerra y en tiempo de paz,
recordó indignado al
escuchar la sentencia Richar
Falk, relatos
especial de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos en los
Territorios ocupados palestinos. “La decision del juez representa
una derrota de la justicia” así como “una victoria para la
impunidad de los militares israelíes”. “La Convención de
Ginebra impone la protección de los civiles a las potencias
ocupantes”, comentó Falk. Los padres de Rachel recibieron con
dolor y frustración la decisión de la corte. Pero no con
resignación: “Muchos nos preguntan qué cosa nos esperábamos de
este proceso. No es que esperaramos justicia, la reclamamos. Pienso
que cada uno debe reclamarla, de otro modo la justicia simplemente
morirá”, declaró Craig Corrie, el padre de la joven americana.
Quien vaya hoy a Rafah no estará seguramente de acuerdo con esta
sentencia. “Rachel nunca será olvidada -explica Hussein Hamodi-
Rachel es una de nosotros”. Seguramente no la olvidarán tampoco
los hermanos Nasrallah, un farmacista y un contador, que vivía con
sus mujeres e hijos en las casas que la joven americana trató de
salvar aquel 16 de marzo de hace diez años, pagándolo con su vida.
“Para
nosotros -dicen- no fue asesinada una amiga, fue asesinada una hija.
Este
artículo, escrito por Michele
Giorgio, fue publicado en el periódico italiano (y comunista) Il
Manifesto, el 16 de marzo del 2013, con el título Rachel, vita per la pace per Israele lei era “amica deiterroristi. En cuanto lo leí me sentí obligado a traducirlo y
compartirlo. Sonpocosymienten
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