miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿La caída de Silvio Berlusconi?


Ante las evidencias, ¿podemos afirmar que el mercado logró en un par de días lo que no consiguió la voluntad popular en dos años de protestas? ¿Debemos creer que pudo más una variación en el índice spread que todas las evidencias de corrupción y otros crímenes que pesaban sobre Berlusconi? Puede ser, como dicen algunos, que las reacciones del mercado terminaron por sepultar la viabilidad de un gobierno que a estas alturas solamente era capaz de reaccionar a los ataques en su contra. Lo cierto es que independientemente de la lenta digestión intelectual que al respecto de estos hechos se avecina, no deja de ser significativo que la salida de Berlusconi se de justamente ahora, cuando la espantosa voracidad de la especulación toca suelo italiano.

En este país, como en el resto de los que integran la Unión Europea, la crisis económica ha desatado un profundo malestar entre la población. La inflación, el desempleo y la precarización de los trabajos existentes han deteriorado la calidad de vida de 47% de las familias italianas. Por si fuera poco, 2.5 millones de jóvenes de entre 20 y 30 años de edad no estudian ni trabajan, y sus expectativas son tan oscuras, que se habla de toda una generación de futuros ancianos condenada a la indigencia. Como consecuencia, en los últimos años la rabia y la indignación del pueblo italiano ha terminado por concentrarse en la figura de Berlusconi y su gobierno. En ese sentido, se espera que la tensión social acumulada disminuya tras la renuncia del Premier y ante la perspectiva de un relevo dentro de la clase política en el poder.

Efectivamente, dadas las condiciones políticas de este país, actualmente no existe un horizonte emancipatorio que vaya más allá de ese engendro borroso llamado democracia, ni orden económico más allá del capitalismo. Ante la ausencia total de una alternativa antisistémica, las esperanzas de la población están depositadas en los partidos de centro-izquierda, y en una no menos borrosa noción de retorno/restauración del Welfare italiano de la postguerra. Huelga decir que este último ha venido siendo desmantelado al amparo del berlusconismo durante los últimos 17 años, con la venia de los poderes fácticos de Unión Europea.

El poder de Silvio Berlusconi, cuyo fortuna asciende a 9 mil millones de dólares, ha estructurado una forma de gobierno basada en la criminalidad y el amiguismo. Las leyes elaboradas para mantenerlo fuera de la cárcel son proporcionales al número de procesos judiciales en su contra, de manera que su salida del poder no puede darse sin una debida garantía de impunidad en el futuro.

El hecho de condicionar su dimisión a la aprobación de la Ley de Estabilidad (recorte al gasto público, aumento de la edad pensionable, aumento de los impuestos, privatizaciones, etc.), tal como lo exige la Banca Central Europea, nos sugiere que por los menos hacia afuera ya hay un pacto. Hacia adentro, independientemente de que la oposición ha calificado dicha ley como una “carnicería social”, lo cierto es que esa fracción de la clase política no ofrece nada distinto en cuanto a la gestión de la crisis. Tan es así, que no son pocas las ocasiones en que sus líderes han sostenido la necesidad de llevar a cabo las reformas económicas (las mismas que receta la BCE), en el marco de una estabilidad política garantizada por ellos una vez que Berlusconi abandone el poder.

De momento el anuncio de la dimisión podría ser una simple estrategia del Premier para ganar tiempo y comprar votos. De concretarse, sin embargo, Italia se encontraría muy probablemente en un escenario de transición lidereado por un gobierno provisorio, cuya responsabilidad, más allá de organizar las elecciones, sería la ejecución de las ordenes del único poder que parece gobernar Europa en estos momentos: el mercado.

Es cierto que el escenario es demasiado inestable para proyectar hipótesis sobre el futuro inmediato. De cualquier manera es significativo que la crisis económica haya conseguido cambiar el mapa político de los, así llamados, PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España, por sus siglas en inglés), a voluntad del capital y el poder financiero. En Grecia, Giorgios Papandreou se vio obligado a renunciar, en su lugar queda Lucas Papadimos, ex secretario de la BCE; en España, Rodríguez Zapatero anunció hace tiempo la realización de elecciones anticipadas.Y allá arriba, como dicen los zapatistas, todavía falta lo que falta.


lunes, 7 de noviembre de 2011

Para muestra un botón

Me entero de que Giorgios Papandreou acaba de renunciar. En estos momentos se prepara un gobierno de coalición en Grecia, mientras se anuncia que las elecciones podrían ser para el próximo 19 de febrero. En los noticieros se dice que Lucas Papadimos, ex secretario de la Banca Central Europea (BCE), será el jefe del gobierno transitorio.

Hace unos días, el ahora expresidente griego originó una estrepitosa caída de las Bolsas europeas tras anunciar que sometería a referendum el "rescate" financiero del país. Luego de las humillantes declaraciones de Sarkozy y Merkel, y un encuentro a puerta cerrada con los responsables de la economía griega, Papandreou canceló la consulta y aceptó negociar (como si el verbo tuviera algún sentido en el contexto helénico), la entrega de 130 mil millones de euros para saciar a los especuladores, a cambio de sacrificar lo que queda de la propiedad estatal, el sistema de pensiones y la seguridad social.

En medio del desastre económico se han agudizado los enfrentamientos entre la policía y un pueblo griego que, más allá de la indignación, ostenta un legitimo y peligrosamente flamable encabronamiento por el saqueo del presente y la anulación desvergonzada de su futuro. ¿Y qué hay de la tan pregonada democracia occidental? Independientemente de que el frustrado referendum haya sido una fachada (o un chantaje, como dijeron algunos), llama la atención que esta tímida  voluntad de considerar mínimamente a la población provocara la catástrofe y el pánico en las bolsas europeas (que cerraron con una caída de entre cuatro y seis punto). 

Las reacciones de los mercados ante el anuncio del referendum, la renuncia de Papandreou y su posible sustitución por un ex secretario de la BCE, prueban el fracaso de la democracia formal. O al menos reiteran lo que con tanta simplicidad afirmaba José Saramago con respecto a la imposibilidad de la democracia en el contexto del neoliberalismo. Sin embargo,  hay una novedad dentro de esta vieja pero (anteriormente funcional) incompatibilidad: las clases políticas comienzan a ser obsoletas frente a la imposición de las verdades necesidades del capital. 

Efectivamente, si luego de la imposición del neoliberalismo a nivel mundial, las clases políticas se convirtieron en representantes de los intereses del mercado frente a la población, en un contexto de crisis (donde la fachada de la democracia no puede sostenerse de manera eficaz ante lo evidentemente adverso de las decisiones que se pretenden imponer), el mercado busca  representarse a sí mismo como gobierno. El origen del futuro premier griego, Lucas Papadimos, es tremendamente significativo en ese sentido.

Los inversionistas perdieron millones de euros apostando en la bolsa, los quieren recuperar socializando los costos del desastre. Esto no es la mano invisible del mercado, son decisiones humanas basadas en la codicia de unos cuantos. En la decisión de presionar a las economías europeas se encuentra esa nueva y borrosa aristocracia mundial de inversionistas y ejecutivos de grandes empresas trasnacionales, lo mismo que las principales agencias de consultoría financiera y calificación de riesgos (Standar and Poor's, Moody's o Fitch Group). Sin embargo, las manifestaciones de su poder aparecen cada vez menos vinculadas a justificaciones públicas que anteriormente lograban convencer a buena parte de la ciudadanía. Y es que a pesar de lo mediatizada que esté, la gente no aceptará gustosa la inmolación colectiva que nos exige el mercado.

Quizá esta nueva ola de protestas mundiales sea una prueba de que algo comienza a cambiar.